23 agosto 2005

Una Vida Más Plena


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Una cosa es vivir y otra muy diferente es tener algo por qué vivir. Los seres humanos luchamos instintivamente por vivir, al igual que lo hace el ser vivo más simple. Sin embargo, para los seres inteligentes vivir es mucho más que la simple preservación del cuerpo físico: no consideran que la inteligencia es simplemente algo animado y consciente. Desde el punto de vista biológico la vida es acción, es dinamismo. Un ser humano saludable general energía física y mental que tiene que disipar de alguna manera. La función de esta energía cinética produce algún tipo de trabajo: La energía física es utilizada para la locomoción del cuerpo, la obtención de alimento, para conseguir otras cosas y crear condiciones necesarias para satisfacer a los sentidos.

La mente tiene también objetivos, se impone metas que desea alcanzar. La energía de una mente inteligente repudia la pasividad, la mente objetiva está continuamente alerta a todas las impresiones que puede recibir provenientes de su medio, Como resultado, la persona inteligente, es observadora, analítica, inquisitiva. Si no puede enfocar su mente en algo que la mantenga ocupada se siente inquieta e irritable, Si es una tortura para el cuerpo obligarlo a permanecer inactivo y restringir sus funciones, igual se siente torturada la mente cuando se le inhibe o no se le permite expresarse.

La mente se complace en el logro de ideales. Cualquier condición o cosa que es esencia para satisfacer el intelecto representa un deseo mental: los deseos de la mente son tan fuertes como los deseos físicos. A menos que la mente pueda ver realizados sus deseos –cuado menos en parte- sufre una irritabilidad psicológica que constituye infelicidad en la vida del hombre. Lo que ha permitido que la humanidad progrese con los ideales inherentes a la naturaleza humana. El hecho de que algunas veces la energía mental sea mal dirigida, no disminuye su importancia en el progreso de la humanidad.

El ser, es decir, los aspectos físico, mental y moral que conforman la personalidad humana, tiene objetivos. No puede permanecer estático sin que ello cause desarmonía y varias perturbaciones a su personalidad. El intelecto interpreta como ideales los objetivos a los cuales aspira el ser. Los ideales se manifiestan en forma de impulsos emocionales y psíquicos que tienen su origen en lo más profundo del subconsciente: son producto de la “memoria de las células” y de las mutaciones de los genes transmitida a través de innumerables generaciones en forma de ajustes a la vida.
Esos impulsos son también la reacción de la conciencia y de la fuerza Vital misma ante las fuerzas universales de las cuales forman parte. Son como un tenue eco no muy perceptible que, sin embargo, es lo bastante persistente como para penetrar en nuestros pensamientos e influenciar la forma de otros nuevos. Esos impulsos constituyen el deseo moral que nos obliga a adaptar a él nuestra conducta para que conduzcamos nuestra vida –física y mental- de tal modo que se satisfaga al ego. Nuestra filosofía de la vida, sea que la expresemos o no con palabras, se manifiesta en nuestros actos: tanto éstos como nuestros ideales deben concordar con los dictados del ser.
Eli

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